...Cuando desarrollamos distintos proyectos de "educación popular feminista", partimos de la convicción de que existe un ancho campo, especialmente entre las mujeres oprimidas, para que se recree la conciencia feminista y anticapitalista. Este espacio es resultado -en primer lugar- del avance del movimiento de mujeres, y especialmente del feminismo, que viene desarrollando esfuerzos sistemáticos tendientes a cuestionar la cultura patriarcal y su impacto en nuestras vidas. Es resultado también de los cambios operados como consecuencia de las luchas contra el neoliberalismo.
Uno de los aspectos resultantes de las políticas capitalistas es la "feminización de la pobreza". Como reacción ante la misma, se ha venido desarrollando la "feminización de la resistencia". Con este término nos referimos al protagonismo nuevo de las mujeres en los procesos de lucha contra la exclusión, contra el hambre, por el trabajo, por la vida. La feminización de la pobreza tiene incidencia tanto en la organización familiar y social, como en la subjetividad de las mujeres. Ante el crecimiento de la desocupación y la flexibilización laboral, cambian los roles de las mujeres en las familias, especialmente en las más pobres. En muchos casos las mujeres pasan a ser "jefas de hogar", o –aunque no tengan acceso al trabajo- adquieren un fuerte protagonismo en la organización de alternativas de sobrevivencia.
Si en la dictadura fueron principalmente las mujeres las que salieron a las calles en defensa de la vida –sobre todo de la vida de sus hijos e hijas -; si la maternidad fue atravesada por la experiencia dramática del genocidio y posibilitó que un grupo de esas mujeres transformaran el pañal de sus hijos e hijas en pañuelo -que hoy simboliza la batalla contra la dictadura-; en estos tiempos de genocidio neoliberal, en el que los desocupados y desocupadas pretenden ser convertidos por el poder en los desaparecidos y desaparecidas sociales, son precisamente las mujeres piqueteras, así como las mujeres que trabajan en empresas recuperadas, o las mujeres campesinas e indígenas, algunas de las protagonistas principales de la resistencia, y de la creación de múltiples proyectos productivos, culturales, sociales, educativos, recreativos, etc..
El cambio del lugar social de la mujer en la batalla por la vida, a partir de su mayor facilidad para asumir nuevos roles (aunque en un primer momento estos se acepten movidos por el mandato social vinculado al rol patriarcal de la mujer, que la concibe como "dadora de vida y proveedora de cuidados y de alimentos"), crea un desafío para el feminismo que pretende ser revolucionario. Estas mujeres que sufren múltiples opresiones, al ocupar nuevos lugares en la sociedad y en sus familias, aunque no tengan muchas veces conciencia de género, o ésta se presente de manera confusa o difusa, pueden ser parte del impulso genuino de un feminismo que crezca desde los lugares de máxima exclusión.
Las mujeres explotadas, oprimidas, ofendidas por el capitalismo y el patriarcado, necesitan participar de la formación de un pensamiento y de acciones que contribuyan a su propia emancipación y autonomía. Es mucho lo que puede contribuir el feminismo a la organización y a la vida autónoma de las mujeres. Esto requiere a su vez que el feminismo, como corriente histórica, se piense a sí mismo, en sus ideas, sus valores, y en sus prácticas.
La fantasma feminista tiene muchas posibilidades de "asombrar" con sus sombras y de fantasear con sus fantasmas. Pero - ésta es la propuesta-, es importante ampliar el diálogo que permita profundizar y sostener las experiencias, de manera que la acumulación de saberes existente en los calderos, sea compartida y enriquecida con los nuevos saberes que nacen de la magia cotidiana de sobrevivir.
Resulta fantástico el momento en que una mujer "se descubre" como mujer, en su identidad, en los mandatos que ha recibido y reproducido, y más aún cuando empieza a cuestionarlos y a intentar cambiarlos. Pero es también un momento de dolor, de crisis profunda, de desgarramientos personales. Es precisamente en ese momento cuando se vuelve imprescindible la existencia como sostén, como redes de apoyo, como experiencia colectiva, de este feminismo popular de las excluidas, que –en diálogo con distintos espacios y movimientos-, pueda contribuir a sostener las difíciles batallas que las mujeres venimos dando por la vida, por la sobrevivencia, por la dignidad.
Hace varios años que venimos compartiendo experiencias de formación con grupos de mujeres campesinas, indígenas, trabajadoras, desocupadas, prostitutas, piqueteras, y con grupos glttbi, que vienen haciendo una reflexión sobre estas prácticas. Somos parte de un diálogo de culturas, de saberes populares, que se esfuerzan por inventar nuevamente el trabajo, por re-aprender en la ciudad el saber del campo, por valorizar las identidades, por colectivizar la solución de las necesidades. En esos procesos hemos visto nacer un feminismo intuitivo, que se va "cocinando" alrededor de las ollas populares, de los comedores comunitarios, en los talleres productivos, en los que al compartir la realización de la comida o de una costura, se comparten también las estrategias frente a una pareja golpeadora, o a la desesperación por los hijos que oscilan entre el alcohol y la droga que les oferta el sistema, o el riesgo siempre presente del "gatillo fácil" y la represión. Se descubre entonces que el que parecía un drama individual es parte de un drama colectivo, que hay responsables de que esto exista, y un sistema que se encarga de "dar gobernabilidad" y "reproducir" este "orden".
Es en debates más sistemáticos, en encuentros de mujeres, en talleres de educación popular, en prácticas colectivas en las que se "piensa al mundo" y nos "pensamos en el mundo", en los que se va pasando de esa conciencia intuitiva a una conciencia feminista más clara. Se empieza a reconocer al opresor, al que domina, y a la cultura de la que forma parte. Lo reconocemos también en nuestras propias prácticas, creencias, sentidos. Se empieza a saber que hay quienes se benefician con la exclusión de las mayorías. Se asume que esto no es parte de un orden "natural" o "divino". Se ponen en duda el sentido común y las creencias. Se va de las certezas a las preguntas. En esos despertares de conciencia y sentimientos, nacen las ansias de cambiar la vida propia, y crecen las posibilidades de que se generen las fuerzas y la energía necesarias para cambiar al sistema mismo.
De todas formas, nos encontramos recién en los comienzos de la transformación, o de la "revolución en las casas y en las plazas". La crítica de la vida cotidiana es una parte compleja y crucial de la crítica al sistema de dominación. Nos coloca frente a múltiples desafíos. Uno de ellos, es realizar cambios en nuestras propias vidas, que nos permitan "vivir" y "sentir", reconocer nuestros deseos, que fueron amortiguados por la dictadura del mercado. Otro desafío es, cuando nos atrevemos a desear y a sentir, convivir cotidianamente con todos los factores que impiden, violentamente, ejercer el placer y la libertad. Transformar los esfuerzos por la realización del deseo individual y colectivo en lucha, en resistencia; evitar que la frustración genere impotencia y pasividad, "sostener el fuego", no puede ser una acción individual, sino parte de una trama colectiva feminista que sostenga estos cambios subjetivos.
El deseo es un factor altamente subversivo, y hacia él se dirigió gran parte de la maquinaria represiva de las dictaduras. Si la generación del 60 cuestionó al imperialismo, al capitalismo, al patriarcado, y proclamó y promovió desde las guerrillas hasta el amor libre (aunque cada uno de estos movimientos no se reconocieran necesariamente en los otros), la contrarrevolución preventiva de la "seguridad nacional" en los 70 persiguió toda forma de libertad y de intenciones de cambio.
En los comienzos del siglo 21, resulta complejo reconocer el deseo individual y colectivo, en un mundo que se estremece bajo las bombas o amenazas de las renovadas doctrinas de seguridad, realizadas en nombre de la lucha contra el terrorismo, o simplemente para reforzar las demandas "de orden" de franjas de la población atemorizadas y recluidas ante la presencia de lo que viven como amenaza: los otros y otras excluidas. La educación popular puede contribuir a "deconstruir" los conceptos mismos de inclusión y exclusión, con los que se organizó cultural y socialmente el neoliberalismo.
Aquí se produce un hecho paradójico: una parte de los y las excluidas ya no batalla por su inclusión en el mundo existente. Intenta crear un mundo propio -que coexiste en el tiempo con aquél, pero que se mueve en códigos y conceptos muy distantes-. En estos espacios de sobrevivencia y de forja de nuevos valores, que van naciendo entre los excluidos y excluidas, se plantea una dura batalla entre quienes aspiran a que estos espacios sean lugares en los que se siembren y rieguen nuevas relaciones sociales basadas en la solidaridad, la justicia, la dignidad; y la cultura de dominación introyectada en los mismos sujetos que la combaten. Éste es un espacio en el que se vuelve necesario asumir con claridad, las dimensiones culturales y pedagógicas de la resistencia popular. Tan importante como recuperar una fábrica por parte de los obreros y obreras, es demostrar que en la misma, puede organizarse la producción y la distribución, sobre bases que no sean las de la explotación y opresión que establecen los patrones, o las de la dominación y discriminación propias del patriarcado.
Por otro lado, quienes sí se encuentran incluidos o incluidas, y en muchos casos integrados o integradas en el mundo existente, temen frente a quienes viven en la exclusión, como si de estos sectores de desposeídos o desposeídas proviniera la amenaza contra su precaria estabilidad. Para cuidarse, crean sus "mundos seguros", amurallados, sus "cárceles de lujo", -countries, barrios privados, seguridad privada-, en espacios que también se relacionan poco entre sí. En este mundo de "inclusión-reclusión", también se amortiguan el deseo y las posibilidades de ejercer la libertad.
Nunca como ahora, la libertad de los individuos y los grupos, está unida a las posibilidades de libertad de las mayorías. Nunca como ahora, la posibilidad de vivir dignamente en el mundo, se encuentra ligada a la exigencia de transformar el sistema de dominación-explotación-opresión-discriminación-exclusión. "Revolución en las casas y en las plazas" no es entonces una consigna simpática o anacrónica -de acuerdo con quien la mire-, sino un proyecto popular a construir con pocas certezas básicas como son: libertad, autonomía, justicia, dignidad, solidaridad, compromiso, sueños.
Reconocer nuestros deseos y sueños, suele ser el punto de partida de los procesos de educación popular que, para ello, necesitan apelar a todas las expresiones de sensibilidad, de creatividad que nos ayuden a conocernos y reconocernos. La dimensión lúdica de la educación popular ha sido muchas veces simplificada, al considerarla que se reduce a un grupo de "técnicas" o "dinámicas" que "facilitan" el proceso educativo.
En nuestra perspectiva, vivir implica "jugarse" cada día, y por ello, recuperar el juego en el proceso pedagógico nos prepara de una manera más integral y más compleja –no más fácil ni más simple-, cuando de lo que se trata es de formarnos para ser sujetos de nuestra historia. No se trata de jugar para olvidar, sino de jugar a recordar. Se trata de jugar no a la competencia, sino a los juegos de cooperación; y al hacerlo identificar las reglas de juego que se nos imponen cotidianamente. No se trata de jugar para quedarnos en la base de tierra de la rayuela, sino que intentemos una y otra vez llegar al cielo, sabiendo que el cielo al que llegamos no es el final, no es la meta, sino que es el espacio que nos permite seguir jugando. No se trata de jugar para eliminar a la que pierde, sino para llegar todas juntas. No se trata de aceptar las reglas del juego, sino de inventar colectivamente nuestras propias reglas. Si lo logramos hacer, jugando, tal vez podamos pensar en jugarnos de otra manera en nuestra vida cotidiana. Si "podemos", jugando, tal vez podamos creer en nuestras propias fuerzas. Tal vez podamos intentar otras reglas y otros juegos en los mundos que vamos creando en nuestras prácticas colectivas.
En el punto de partida en el que todavía estamos, reconocer el deseo y los sueños, puede ser ayudado y potenciado por distintas formas de expresión artística. Creemos en la fuerza liberadora de la poesía, de la canción, del baile, del teatro, de la murga. Hemos visto nacer la poesía en donde parecía que sólo existía el dolor. Hemos comprendido temas complejos como el significado del ALCA en nuestras vidas, a través de obras de títeres realizadas por mujeres campesinas. Hemos aprendido muchas formas de cambiar la letra del "arroz con leche" con el que nos decían que nuestro deseo era el "casamiento". Hemos reaccionado ante la naturalización de la opresión que sufren los maderos de San Juan, cuando piden pan y no le dan, y si piden queso les cortan el pescuezo. Hemos "descubierto" el misterio y la belleza que pueden habitar nuestros cuerpos maltratados y despreciados por el capitalismo y el patriarcado, en una poesía de Diana Bellessi o en un canto de Amparo Ochoa. Hemos reaprendido el canto, la danza, la poesía, el teatro, como formas de expresión y de creación del pueblo, y no como objetos de consumo de las élites.
Hablamos de "puntos de partida" en los procesos de educación popular, que –de todas formas- reconocen como lugar de origen nuestra experiencia de vida cotidiana, singular, y nuestra experiencia social, nuestra praxis. Desde los sueños y el deseo vamos recorriendo y analizando el contexto en el que actuamos, nuestros objetivos, nuestras acciones.
Confrontar teoría y práctica, dichos y hechos, pasa a ser un factor fundamental de nuestra manera de comprender la educación. Hablamos de la "pedagogía del ejemplo", en la que el rol de las educadoras y educadores se realiza no sólo por la posibilidad de aportar en la sistematización de un saber, sino por todos los gestos que constituyen su mensaje de vida. Educadores y educadoras que, al mismo tiempo, se educan permanentemente. Aprenden de quienes creen educar, dialogan con otras experiencias, se rehacen en el proceso pedagógico. Teoría y práctica, práctica y teoría, es una manera de ir recreando la "educ-acción" popular que propiciamos, en la que intentamos dialogar con el saber académico de tú a tú, con confianza y amistad, sin rendirle pleitesía ni subestimarlo; y en la que aspiramos a que se vayan formando nuevos saberes colectivos, interdisciplinarios, que se definan no por el nombre del hombre o la mujer que los patentaron, sino por la utilidad con que sirvan a las nuevas emancipaciones.
Estamos intentando un diálogo de saberes que nacen de distintas experiencias sociales y de distintas percepciones generacionales, que crean también sus propias "marcas" de identidad. La exclusión golpea de manera especial a las adolescentes y jóvenes que nunca fueron parte de procesos productivos, y cuyos compañeros, amigos, novios, parejas, tampoco tienen perspectiva de acceder a un trabajo genuino. La cultura de sobrevivencia en estas franjas, asume riesgos diferentes y construye sus propias maneras de "estar en el mundo". Los bruscos cambios producidos en las familias a las que las jóvenes y adolescentes pertenecen, la necesidad en muchos casos de hacerse cargo de hermanos o hermanas menores, la incomprensión de una sociedad que las condena y las rechaza por el solo delito de ser jóvenes, promueve respuestas difíciles de interpretar para quienes se forjaron en otras etapas históricas. Se producen nuevos debates –por ejemplo- sobre la comprensión del "embarazo de adolescentes" como factor de identidad. Muchachas de catorce años a dieciséis han valorado su maternidad adolescente, considerando que los hijos o hijas son "lo único propio que tienen", en un mundo que les resulta absolutamente ajeno. Se refuerzan las justificaciones que "naturalizan" -desde otros códigos- la violencia contra la mujer y su aceptación como condición para la formación de la pareja. Se asiste a expresiones de "violencia sin sentido", que resultan respuestas de impotencia ante la falta de oportunidades, y la ausencia de alternativas. Se buscan nuevas maneras de educarse y educar a los hijos e hijas nacidas en un mundo de carencias. Los procesos de educación popular, hasta el momento, intentan contribuir a la formación de grupos de niñas y adolescentes que permitan problematizar estas formas de vida, cuestionarlas, buscar otros factores de identidad, e intentan a su vez abordar un diálogo intergeneracional que posibilite crear puentes de comprensión y colaboración, frente a una cultura que busca aislar a las jóvenes, dejarlas sin presente ni futuro, y criminalizarlas.
En estos procesos de "lectura del mundo", se va "re-escribiendo" también la historia individual y colectiva, se crean colectivamente nuevos conocimientos, que surgen de la sistematización de las experiencias individuales y grupales, y de su confrontación con las teorías nacidas en otros ámbitos. Éste es un proceso de gran riqueza, en el que sería deseable una mayor interacción del feminismo académico con los movimientos de mujeres que son protagonistas de estas formas de resistencia. Cuando este diálogo se produce, suelen "florecer" muchas de las semillas difícilmente sembradas en la resistencia.
La "fantasma feminista" recorre el mundo. Trae y lleva noticias de un rincón al otro. Reparte sueños de otros mundos que se vienen levantando subterráneamente. Recupera la historia de las mujeres invisibilizadas por el patriarcado. Forja lazos invisibles ante los ojos de quienes se creen los amos del planeta y de nuestras vidas. Resiste el pensamiento único con luchas y fiestas. No son fiestas de reconciliación. No son fiestas envasadas en las marcas que la maquinaria de consumo reproduce. Son las fiestas en las que se enamoran nuevamente la mujer y la vida, el cuerpo y el deseo, los sueños y la realidad. Son fiestas que permiten imaginar el encuentro de los mundos nuevos que se sublevan frente al capitalismo existente. Son las fiestas de la libertad y de la rebeldía.
Claudia Korol
Buenos Aires, febrero del 2005